Y Jehová me respondió, y dijo: Escribe la visión, y declárala en tablas, para que corra el que leyere en ella. (Habacuc 2:2)
Y Jehová me respondió, y dijo: Escribe la visión, y declárala en tablas, para que corra el que leyere en ella. (Habacuc 2:2)
El rey Nabucodonosor soñó con una gran estatua compuesta de diferentes metales: cabeza de oro, pecho y brazos de plata, vientre y muslos de bronce, piernas de hierro, y pies de hierro mezclado con barro cocido (Daniel 2:31-33). Una piedra cortada no con mano golpeó la estatua en los pies y la desmenuzó, convirtiéndose luego en un gran monte que llenó toda la tierra (Daniel 2:34-35).
El profeta Daniel interpretó el sueño, explicando que cada parte de la estatua representaba un reino que se levantaría en la historia: Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma, seguidos por los reinos divididos de Europa (Daniel 2:37-43). La piedra simboliza el reino eterno de Dios, que destruirá todos los reinos humanos y permanecerá para siempre (Daniel 2:44-45).
Este sueño profético revela la sucesión de los imperios mundiales y la certeza del triunfo final del reino de Cristo.
En una visión nocturna, el profeta Daniel vio cuatro grandes bestias que subían del mar, diferentes una de otra, representando cuatro reinos que se levantarían en la tierra (Daniel 7:2-3, 17).
La primera bestia era como un león y tenía alas de águila. Sus alas fueron arrancadas y se le dio corazón de hombre (Daniel 7:4). Representa al Imperio Babilónico (606–539 a.C.), símbolo de poder y majestad, que luego perdió su fuerza cuando su orgullo fue humillado, como en la experiencia del rey Nabucodonosor (Daniel 4:30-37).
La segunda bestia era semejante a un oso, que se alzaba más de un lado que del otro y tenía tres costillas en su boca (Daniel 7:5). Representa al Imperio Medo-Persa (539–331 a.C.), formado por dos potencias desiguales, que conquistó tres grandes reinos: Lidia, Babilonia y Egipto.
La tercera bestia era como un leopardo, con cuatro alas de ave y cuatro cabezas (Daniel 7:6). Simboliza al Imperio Griego (331–168 a.C.) bajo Alejandro Magno, caracterizado por la rapidez de sus conquistas. Tras la muerte del conquistador, el imperio fue dividido entre sus cuatro generales: Casandro, Lisímaco, Seleuco y Ptolomeo.
La cuarta bestia era terrible, espantosa y muy fuerte, con grandes dientes de hierro, que devoraba y desmenuzaba, y tenía diez cuernos (Daniel 7:7). Representa al Imperio Romano (168 a.C.–476 d.C.), que dominó con dureza. Los diez cuernos simbolizan las divisiones del imperio en los reinos que formaron la Europa moderna (Daniel 7:24).
De entre esos cuernos surgió un cuerno pequeño con ojos de hombre y boca que hablaba grandes cosas (Daniel 7:8), símbolo del poder religioso-político que sucedería al imperio romano y perseguiría a los santos (Daniel 7:21, 25).
La visión concluye con el juicio celestial, donde el Anciano de días se sienta en su trono y el Hijo del Hombre recibe el dominio eterno (Daniel 7:9-14, 26-27), mostrando el triunfo final del reino de Dios sobre todos los poderes humanos.
En la visión del capítulo 8, el profeta Daniel contempló una escena que amplía la profecía anterior del capítulo 7, mostrando con mayor detalle los imperios que dominarían desde Medo-Persia hasta el tiempo del fin (Daniel 8:1-2, 17).
Daniel vio un carnero con dos cuernos altos, uno más alto que el otro, y el más alto creció después. El carnero embestía hacia el occidente, norte y sur, y ninguna bestia podía resistirle (Daniel 8:3-4). El ángel Gabriel explicó que este carnero representa a los reyes de Media y de Persia (Daniel 8:20). Los dos cuernos simbolizan estas dos potencias unidas, siendo Persia la más fuerte y dominante.
Después vio venir del occidente un macho cabrío que no tocaba tierra, con un gran cuerno entre sus ojos (Daniel 8:5). Este representa al reino de Grecia, y el gran cuerno es el primer rey, Alejandro Magno (Daniel 8:21).
El macho cabrío derrotó al carnero —es decir, Grecia venció a Medo-Persia— (Daniel 8:6-7). Cuando el cuerno grande se rompió, surgieron cuatro cuernos notables hacia los cuatro vientos del cielo (Daniel 8:8), representando la división del imperio griego entre los cuatro generales de Alejandro: Casandro, Lisímaco, Seleuco y Ptolomeo.
De uno de los cuatro vientos salió un cuerno pequeño que creció mucho hacia el sur, el oriente y la tierra gloriosa (Daniel 8:9). Este poder se engrandeció hasta el ejército del cielo, quitó el continuo y echó por tierra el santuario (Daniel 8:10-12).
El cuerno pequeño representa la potencia romana, que primero actuó como Roma pagana conquistando territorios (creció horizontalmente) y luego como Roma papal, exaltándose contra el “Príncipe del ejército”, es decir, Cristo (Daniel 8:11).
En la culminación de la visión de Daniel 8, el profeta escuchó una conversación celestial donde uno preguntó: “¿Hasta cuándo durará la visión del continuo sacrificio, y la prevaricación asoladora, entregando el santuario y el ejército para ser hollados?”. Y la respuesta fue: “Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; entonces será purificado el santuario.” (Daniel 8:13-14)
El tiempo profético: 2300 tardes y mañanas
Según el principio bíblico “día por año” (Números 14:34; Ezequiel 4:6), las 2300 tardes y mañanas representan 2300 años literales. Esta profecía se conecta con la de las setenta semanas de Daniel 9:24-27, que comienzan “desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén” (Daniel 9:25). Ese decreto fue dado en el año 457 a.C. por Artajerjes I (Esdras 7:7-26).
El cumplimiento en 1844
Contando 2300 años desde 457 a.C. se llega al año 1844 d.C. En ese momento debía cumplirse la purificación del santuario anunciada en la visión. No se refiere al templo terrenal de Jerusalén —destruido siglos antes—, sino al santuario celestial, donde Cristo ministra como nuestro Sumo Sacerdote (Hebreos 8:1-2).
El significado de la purificación
La purificación del santuario corresponde al juicio investigador celestial, cuando los registros del cielo son examinados antes de la segunda venida de Cristo. Es el cumplimiento del Día de Expiación tipificado en el santuario terrenal (Levítico 16:29-34; Hebreos 9:23-26). En esta obra, Cristo limpia el santuario celestial de los pecados que han sido confesados por los creyentes y vindica la justicia de Dios.
El inicio del juicio del tiempo del fin
Daniel vio que después de la obra del cuerno pequeño y del tiempo profético, el santuario sería vindicado y el juicio se establecería (Daniel 7:9-10, 26). Así, Daniel 8:14 marca el comienzo del juicio celestial en 1844, en el cual se determina quiénes serán hallados dignos de la vida eterna. La purificación del santuario revela el momento en que Cristo, como nuestro Sumo Sacerdote, comenzó la última fase de Su ministerio en el cielo, preparando el cierre de la historia del pecado. Esta profecía asegura que el plan de redención avanza con orden y que pronto el reino eterno de Dios será establecido para siempre (Daniel 7:27; Apocalipsis 22:12).
Juan vio en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas (Apocalipsis 12:1). La mujer representa a la iglesia de Dios, pura y fiel (Jeremías 6:2; Efesios 5:25-27).
Apareció también un gran dragón escarlata, con siete cabezas, diez cuernos y siete diademas (Apocalipsis 12:3). Este dragón simboliza a Satanás, quien usa los reinos de la tierra para ejecutar su obra (Apocalipsis 12:9). En el contexto histórico, el dragón actuó por medio del Imperio Romano, el poder que intentó destruir al niño —Cristo— tan pronto como nació (Apocalipsis 12:4-5; Mateo 2:13-16).
El dragón persiguió a la mujer durante 1260 años proféticos (1260 días = 1260 años; ver Apocalipsis 12:6, 14; Ezequiel 4:6), período que corresponde a la supremacía papal (538–1798 d.C.), cuando la iglesia fiel debió refugiarse en el desierto espiritual. Sin embargo, el dragón fue derrotado por la sangre del Cordero y por el testimonio de los fieles (Apocalipsis 12:10-11).
Juan vio que del mar subía una bestia con siete cabezas y diez cuernos, semejante a un leopardo, con pies de oso y boca de león (Apocalipsis 13:1-2). Estas características combinan los elementos de las bestias de Daniel 7, representando una sucesión de imperios culminada en Roma papal.
El dragón le dio su poder, su trono y grande autoridad, lo que indica que el Imperio Romano entregó su poder al papado. Esta bestia blasfema contra Dios, persigue a los santos, y domina durante cuarenta y dos meses (1260 años) (Apocalipsis 13:5-7). Ese período se cumple históricamente entre 538 y 1798 d.C., cuando el papado ejerció poder político y religioso sobre Europa y persiguió a los fieles.
La herida mortal de la bestia representa la pérdida temporal de su poder en 1798, cuando el papa fue apresado por el general Berthier. Pero su herida sería sanada, y toda la tierra se maravillaría en pos de la bestia (Apocalipsis 13:3), indicando la restauración de su influencia mundial en los últimos tiempos.
Después, Juan vio otra bestia que subía de la tierra, y tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como dragón (Apocalipsis 13:11). El hecho de que surja “de la tierra” —no del mar, como las anteriores— muestra que se levanta en un territorio nuevo, poco poblado, lo que concuerda con el surgimiento de Estados Unidos de América a fines del siglo XVIII, justo cuando la primera bestia recibía su herida.
Sus dos cuernos de cordero simbolizan los principios de libertad civil y religiosa que caracterizaron el origen de la nación. Pero “habla como dragón” al renunciar a esos principios y ejercer poder semejante al de la primera bestia, imponiendo adoración y estableciendo una imagen de la bestia (Apocalipsis 13:12-15).
Esta segunda bestia promueve la unión de iglesia y estado y causa que todos reciban una marca en su mano o en su frente, símbolo de la obediencia al poder humano en lugar de a la ley de Dios (Apocalipsis 13:16-17). El número 666 identifica al sistema de autoridad humana que usurpa el lugar de Dios (Apocalipsis 13:18).
El dragón, la primera bestia y la segunda bestia representan la triple alianza del mal: Satanás, el papado y el poder protestante apóstata que lo apoya. Estas fuerzas se opondrán al pueblo de Dios en los últimos días (Apocalipsis 16:13-14).
Sin embargo, el libro de Apocalipsis promete la victoria del Cordero, pues “estos pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes” (Apocalipsis 17:14).
En el mensaje de Apocalipsis 8:13, un ángel advierte: “¡Ay, ay, ay de los que moran en la tierra, a causa de los otros toques de trompeta!”. Estos tres ayes corresponden a las últimas tres trompetas (la quinta, la sexta y la séptima) y describen las potentes invasiones y juicios que siguieron a la caída del Imperio Romano, preparando el escenario del juicio final.
“Y tenían colas como de escorpiones, y tenían en sus colas aguijones…” (Apocalipsis 9:10)
Juan vio una estrella caída del cielo, que representa a Mahoma, quien recibió “la llave del pozo del abismo” (Apocalipsis 9:1). Al abrirlo, surgió un humo que oscureció el sol y el aire, símbolo de la oscuridad espiritual que cubrió gran parte del mundo con las enseñanzas del Corán, en contraste con la luz del evangelio.
Del humo salieron langostas, que representan a los árabes mahometanos, rápidas e incesantes en sus conquistas. Se les ordenó no dañar a la hierba ni a los árboles, sino solo a los hombres que no tuvieran el sello de Dios (Apocalipsis 9:4); es decir, sus campañas se dirigieron especialmente contra el mundo cristiano apóstata.
El tiempo de su poder destructivo fue de cinco meses proféticos (Apocalipsis 9:5, 10), equivalentes a 150 años literales (basados en el principio profético de “un día por un año” – Números 14:34; Ezequiel 4:6). Comenzando el 27 de julio del 1299, cuando Othman, fundador del Imperio Otomano, realizó su primer ataque contra el Imperio Griego. Al añadir los 150 años, el período termina el 27 de julio de 1449, marcando la transición al segundo ay (el poder turco bajo la sexta trompeta).
En esta etapa, el islam se levantó como un juicio providencial de Dios sobre la cristiandad corrompida, debilitando al Imperio Romano Oriental y preparando el escenario para los juicios posteriores.
“…fuego, humo y azufre que salía de las bocas de los caballos” (Ap. 9:17-18). Los otomanos utilizaron armas de fuego montados a caballo, como lo describe Apocalipsis.
El segundo ay describe el surgimiento y dominio del Imperio Turco-Otomano, sucesor del poder árabe. Cuatro ángeles atados junto al río Éufrates son desatados para destruir la tercera parte de los hombres (Apocalipsis 9:14-15). En la profecía, el Éufrates simboliza las regiones que dieron origen al pueblo turco. El texto indica un tiempo exacto: “Una hora, un día, un mes y un año” (Apocalipsis 9:15), que suman 391 años y 15 días proféticos.
Este período comenzó el 27 de julio de 1449, cuando Constantino XIII Paleólogo no asumió el trono de Bizancio sin el consentimiento del sultán otomano, y terminó el 11 de agosto de 1840, cuando el Imperio Turco aceptó la protección de las potencias europeas, cumpliéndose con precisión el tiempo profético. Ese evento fue entendido como una confirmación pública de la exactitud del cálculo profético y fortaleció el mensaje adventista antes del Movimiento Millerita de 1844.
El tercer ay coincide con el toque de la séptima trompeta, que anuncia el establecimiento del reino eterno de Cristo: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo” (Apocalipsis 11:15). Este ay marca el fin de la historia humana, el juicio de las naciones y la recompensa de los fieles (Apocalipsis 11:18). Es el cierre del conflicto entre el bien y el mal y la manifestación del reino de gloria.
Así, los tres “ayes” son juicios sucesivos que muestran cómo Dios permitió que poderes orientales azotaran al cristianismo apóstata, hasta el tiempo en que el Evangelio eterno sería proclamado al mundo entero antes del fin.
En el capítulo 14 del Apocalipsis, el apóstol Juan contempla tres ángeles que vuelan en medio del cielo, proclamando mensajes de alcance mundial. Estos mensajes son el último llamado de Dios a la humanidad antes de la segunda venida de Cristo. Cada uno revela una parte esencial del evangelio eterno, y juntos forman el mensaje final de advertencia y esperanza para el mundo.
“Y vi otro ángel volar en medio del cielo, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra... diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo, y la tierra, y el mar, y las fuentes de las aguas.” (Apocalipsis 14:6-7).
Este mensaje anuncia el evangelio eterno, el mismo plan de salvación revelado desde el principio. Su proclamación mundial marca el inicio del juicio celestial profetizado en Daniel 8:14, que comenzó en 1844. El llamado a “adorar al que hizo el cielo y la tierra” remite al cuarto mandamiento (Éxodo 20:8-11), señalando la verdadera adoración al Creador y restaurando la observancia del sábado como memorial divino de la creación. El primer mensaje invita a honrar a Dios, arrepentirse del pecado y vivir para su gloria, pues ha comenzado la hora del juicio.
“Y otro ángel le siguió, diciendo: Ha caído, ha caído Babilonia, aquella gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación.” (Apocalipsis 14:8).
Este mensaje denuncia la apostasía religiosa representada por Babilonia, símbolo de la confusión espiritual y doctrinal de las iglesias que han rechazado la verdad bíblica. Su “vino” representa las doctrinas falsas que embriagan a las naciones, como la inmortalidad del alma, el domingo como día de reposo, la adoración a imágenes y la alianza entre iglesia y estado (Jeremías 51:7; Apocalipsis 17:1-5). El segundo ángel llama al pueblo de Dios a separarse de toda confusión religiosa: “Salid de ella, pueblo mío” (Apocalipsis 18:4), y a permanecer firmes en la verdad pura del evangelio.
“Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios...” (Apocalipsis 14:9-10).
Este es el mensaje más solemne de toda la Escritura. Advierte contra la adoración falsa impuesta por los poderes representados en Apocalipsis 13. La marca de la bestia simboliza la autoridad humana que intenta cambiar la ley de Dios, especialmente en cuanto al día de adoración (Daniel 7:25). Recibir la marca en la frente representa aceptarla conscientemente, y en la mano, ceder por conveniencia. Los que la reciben eligen obedecer al hombre antes que a Dios. En contraste, el versículo 12 describe a los fieles del fin: “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 14:12). Ellos permanecen leales a Cristo, guardando todos los mandamientos, incluyendo el del sábado, y confiando plenamente en la fe de Jesús, no en su propia justicia.
Después de los tres mensajes angélicos, Juan vio una nube blanca, y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en su cabeza una corona de oro y en su mano una hoz aguda (Apocalipsis 14:14). Esta es una clara representación de la segunda venida de Cristo.
La hoz simboliza la cosecha final de la tierra, cuando Jesús vendrá a reunir a los fieles que han respondido al evangelio eterno. Un ángel clama: “Mete tu hoz y siega, porque la hora de segar ha llegado; porque la mies de la tierra está madura” (Apocalipsis 14:15). Así se muestra que la gracia ha terminado y que ha llegado el momento del juicio definitivo y la recompensa eterna.
Cristo no vuelve en secreto, sino visiblemente y con poder y gran gloria (Mateo 24:30; Apocalipsis 1:7). En esta escena, el Cordero victorioso viene como Rey y Juez, para liberar a su pueblo y dar fin al dominio del mal. La segunda venida en Apocalipsis 14 es la culminación del plan de redención y el cumplimiento de la esperanza de todos los santos a lo largo de la historia.
Como anunció Habacuc, la visión debía escribirse “claramente en tablas” para que quien la leyera corra (Hab. 2:2). Al repasar Daniel 2, 7 y 8, junto con Apocalipsis 12–14, vemos ese mapa profético desplegarse con precisión: los imperios se suceden, el cuerno pequeño se levanta, el santuario entra en su fase final de purificación y el conflicto entre Cristo y Satanás alcanza su clímax. Nada de esto es azar; todo apunta a una realidad solemne y esperanzadora: el Reino de Dios reemplazará definitivamente a los reinos humanos, y el Hijo del Hombre viene a segar la mies madura.
Este panorama no solo informa; llama a una decisión. Los tres mensajes angélicos convocan a temer a Dios, darle gloria y adorar al Creador; a salir de la confusión religiosa; y a rechazar toda marca de lealtad humana que suplante la ley divina. La paciencia de los santos se define por dos rasgos inseparables: “guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc. 14:12). A la luz del juicio que ya ha comenzado y de la pronta venida de Cristo, es tiempo de volver sin reservas a la Palabra, de abrazar el evangelio eterno, y de vivir una obediencia nacida de la fe.
Así, la profecía no nos deja en incertidumbre, sino en esperanza activa. La “piedra no cortada con mano” ya está en la agenda de Dios; Babilonia cae; el Cordero vence. Hoy es el día para co-locar nuestra lealtad del lado del Reino que no tendrá fin y para correr con esta visión—clara, bíblica y urgente—hasta que el Rey venga en gloria.
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