En el principio creó Dios los cielos y la tierra (Génesis 1:1). ¿Por qué comenzar con este texto al hablar del espiritismo? Porque el primer versículo de la Biblia establece que toda la existencia proviene de Dios, el único Creador. Sin embargo, desde la antigüedad, el enemigo ha intentado desviar esa verdad mediante filosofías falsas, como el panteísmo, que enseña que Dios es una energía presente en todas las cosas: en los árboles, las piedras o las personas. Esta idea diluye la identidad del Creador al confundirlo con su creación.
En Génesis 1:2 se menciona que “las tinieblas estaban sobre la faz del abismo”. La palabra hebrea tehom fue adoptada por los babilonios para nombrar a su diosa mitológica Tiamat, de cuyo cadáver —según su mitología— habría surgido la tierra.
Así, dos pensamientos se oponen a la verdad bíblica:
El panteísmo, que niega a Dios como ser personal y lo reduce a una energía impersonal.
Y el mito de Tiamat, que transforma la creación divina en un proceso nacido de la corrupción y la muerte.
Ambas ideas dirigen la atención hacia la creación, no hacia el Creador. Estas filosofías, que atribuyen a la naturaleza o a los animales un espíritu divino propio, tienen una raíz espiritista.
Estas enseñanzas tienen su fuente en el gran engañador: “la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás”. La primera mentira que pronunció fue precisamente la doctrina espiritista de la inmortalidad del alma: “No moriréis”. Desde entonces, esta falsedad se ha extendido por todo el mundo, tanto en sistemas filosóficos como en creencias religiosas.
El espíritu rebelde de Satanás pronto se manifestó en los seres humanos, comenzando con Caín, el primer asesino.
Génesis 4:3-5 relata cómo Caín presentó una ofrenda del fruto de la tierra, mientras que Abel ofreció un cordero. Dios aceptó la ofrenda de Abel, pero rechazó la de Caín.
Dios había instituido el sacrificio animal para recordar al Salvador prometido. Caín sabía esto, pero desobedeció deliberadamente. Su ofrenda fue una forma simbólica de rechazar el sacrificio de Cristo.
La corrupción se extendió hasta que “la maldad de los hombres era mucha en la tierra” (Génesis 6:5). Los antediluvianos adoraban la naturaleza en lugar de rendir culto al Dios de la naturaleza. Este es nuevamente el pensamiento panteísta: negar al Creador y divinizar la creación. Por esa razón vino el diluvio. Pero Dios preservó a Noé y su familia como remanente.
Génesis 8:20 muestra que Noé, al salir del arca, edificó un altar y ofreció sacrificios a Jehová. Su primer acto fue ofrecer un sacrificio de adoración y agradecimiento y el Señor se agradó mostrando su arco en el cielo. En contraste con Caín, Noé mostró obediencia y fe. Sus ofrendas prefiguraban la redención por medio de Cristo.
La Biblia advierte repetidamente contra los ritos idolátricos y espiritistas: Levítico 20:2, 6, 27; Deuteronomio 18:10-11; Números 25:1-2. En ellos se mencionan prácticas como:
Sacrificar hijos a Moloc.
Consultar adivinos o encantadores.
Fornicación ritual y comidas sagradas en honor a dioses paganos.
Todas estas costumbres eran abominaciones espiritistas, que mezclaban idolatría, magia y comunicación con demonios. Dios prohibió estas prácticas tajantemente porque abrían la puerta al poder de Satanás.
Isaías 8:19 advierte: “¿No debe un pueblo consultar a su Dios? ¿Acaso consultará a los muertos por los vivos?”
El espiritismo se basa en la mentira de que los muertos siguen conscientes y pueden comunicarse con los vivos. Pero la Biblia enseña lo contrario: los muertos están inconscientes y sin actividad.
Job 7:7-9 afirma que quien desciende al Seol “no subirá más”. Los muertos no ven, no saben, no sienten (Eclesiastés 9:5). La enseñanza de Dios es clara: no hay almas inmortales que vaguen o se comuniquen. Quienes practican la necromancia o el espiritismo se están relacionando en realidad con ángeles caídos.
La bruja de Endor (1 Samuel 28): Saúl, abandonado por Dios, consultó a una adivina para invocar al profeta Samuel. Pero no habló con Samuel, sino con un espíritu maligno que lo engañó, simulando la voz del profeta.
Los endemoniados gadarenos (Lucas 8:26-39): Jesús enfrentó una legión de demonios que habían poseído a hombres. Al ser expulsados, pidieron entrar en los cerdos y estos perecieron. Este relato confirma la existencia de espíritus malignos que actúan y engañan a la humanidad.
La Escritura enseña que los muertos duermen hasta la resurrección:
1 Tesalonicenses 4:16: “Los muertos en Cristo resucitarán primero.”
Juan 5:28-29: “Todos los que están en los sepulcros oirán su voz.”
Eclesiastés 9:5: “Los muertos nada saben.”
Hasta entonces, descansan en el sepulcro. No vagan ni se comunican con los vivos.
El apóstol Pablo advierte que nuestra lucha “no es contra sangre y carne, sino contra huestes espirituales de maldad” (Efesios 6:12). El espiritismo, en sus múltiples formas, será uno de los grandes engaños del tiempo del fin. Por eso debemos permanecer firmes en la Palabra y en la promesa del Señor, aguardando su regreso glorioso.
¡Maranatha!
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